El domingo por la noche partimos hacia Esquel, 1200 km hacia el norte, por la ruta 40, todita de ripio. Salimos a las 12 de la noche y llegamos a las 6 de la mañana del martes, es decir, 30 horas de bus.
Al llegar a esta ciudad, la más grande de la provincia de Chubut, nos instalamos en el camping más cercano a la terminal. Decidimos comprar víveres para unos días e ir al parque nacional Los Alerces, que queda a una hora de la ciudad. Es una reserva natural que comprende un gran bosque de alerces y varios lagos y glaciares y hay un montón de campings libres. En el bus hacemos buenas migas con gente de Buenos Aires y cuando toca pagar la entrada al parque nos hacemos pasar por argentinos, cebando y tomando mate con ellos, sin decir palabra, el mejor disfraz. Así la entrada nos cuesta 8 pesos, en vez de 30 que le cobran a un extranjero.
Nos bajamos en el lago Futalaufquen (nombre mapuche que no conseguimos saber qué significa) y acampamos en un buen lugar con Leandro, Julián, Nico y Vale, los chicos que conocimos en el bus. Charlamos un montón con esta gente, sobre cómo se vive en españa y cómo en Argentina, sobre música, literatura, cine de acá y de allá... Además Leandro es percusionista y Nico trajo otra guitarra, así que por la noche, después de compartir una buena cena, hacemos una fogata con música de todos los colores.
Hay un tráfico incesante de mochileros por toda la Patagonia. Casi todo gente joven, argentinos, pocos extranjeros. Nos quedamos unos días haciendo vida de camping: caminatas, baños en el lago, fogatas...en fin, muy estresados no estamos...qué vida!
Después de pasar tres días en Futalaufquen, tomamos un bus hacia Lago Puelo, un poco más al norte, y nos instalamos en el camping, esta vez pagando. Por fin una ducha...
Este lugar es un hervidero de músicos, actores y actrices, artesanos, malabaristas...es increíble lo que acá se cuece cada día. La música suena en cada rincón, hay guitarras, bandoneones, melódicas, cajones, djembés, flautas, saxos, trompetas... melodías improvisadas en todos los estilos, la gente toca maravillas. El lugar, por descontado, nos atrapa, nos inspira, nos remueve de nuevo las ganas de tocar con Andergrau, con Semenéska y con todos los demás que ahora estáis tan lejos. Pero no falto a unas sesiones de jazz que durante dos tardes se han montado cerca de nuestra carpa, dibujando con la guitarra las líneas de bajo de temas como All of me, Four, Blue Bossa y muchos más.
En una de estas mágicas noches le hacemos nuestro particular homenaje a la abuela Isabel, que ahora pasa por difíciles momentos, cantando humildes melodías junto a un fueguito que levanta sus llamas hacia el techo de estrellas bajo el que respiramos. Es como el símbolo de la energía que queremos enviar a la familia: calor y luz, fuerza y serenidad.
Después de 4 días en este bohemio lugarcito de la Patagonia, nos movemos rumbo norte hacia El Bolsón, que queda a pocos km.
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