domingo, 30 de noviembre de 2008

23 NOV: CAMBIO DE PLANES: HACIA TUCUMÁN








El domingo 23 de nov, después de darle mil vueltas el día anterior, hablando con unos y otros, decidimos cambiar la dirección y visitar los lugares más bonitos de Tucumán, que justamente quedan a pocos kms de Cafayate, siguiendo la ruta 40 hacia el sur.

Decidimos ponernos en la ruta a la salida del pueblo a hacer dedo y si no hay suerte desde ahí mismo paramos al bus y nos lleva. Acá en el norte funciona así: los colectivos paran donde la gente lo pide, tienen un recorrido y dentro de éste te pueden parar donde mejor te convenga. Así de sencillo. También es muy común el hacer dedo. Es curioso que en España ni miramos al que hace dedo en la carretera y en cambio aquí la gente incluso se disculpa por no poderte llevar, o mediante señas te dice que va cargado, que vuelve al pueblo, o te sacan también el pulgar con una sonrisa como deseándote suerte. Otro mundo.

Después de estar 5 h en la ruta, cantando con la guitarra y pidiendo transporte, únicamente nos paran dos autos: en uno no caben nuestras mochilas y el otro nos deja lejos de donde queremos ir. Así que tomamos el colectivo y en 1 h y media llegamos a Amaicha del Valle, otro pueblo más siguiendo la ruta de los valles calchaquíes. Nos instalamos en un cámping, pero como también hay habitaciones y son baratas, decidimos dormir en una cama después de estar casi dos semanas en carpa.

El lunes por la mañana visitamos las ruinas de Quilmes, que quedan a unos 20 km, formadas por los restos de la ciudadela de los pobladores nativos, los indios quilmes. Tenemos suerte: el bus nos deja en la ruta y desde ahí tenemos que andar 5 km hasta las ruinas, pero no hemos hecho ni 200 m cuando nos para una pareja de Suiza y nos lleva en su 4x4 de alquiler hasta la entrada. Hay que pagar 10 pesos por persona ¡y nos lo pagan!, insisten en invitarnos y no podemos negarnos. Increíble. Un guía nativo nos muestra las ruinas y nos explica la historia del lugar: los indios quilmes habitaron este valle desde el año 800 y, al llegar los conquistadores en el 1536, resistieron durante 130 años, hasta que les destrozaron las presas y les echaron a perder los cultivos, cortándoles el suministro de agua y alimento. Sólo así pudieron vencerles. Los españoles hicieron una masacre, como tantas otras; las mujeres se tiraban desde lo alto de los cerros con sus hijos en brazos para no caer en manos de los conquistadores... Este pueblo se ha convertido en el símbolo del heroísmo de una raza que prefirió el exterminio a la exclavitud: los últimos sobrevivientes sufrieron el castigo de ir caminando hasta Buenos Aires, más de 1200 km a pie, y los pocos que llegaron vivieron sus últimos días en la ciudad de Quilmes, provincia de Buenos Aires, que recibió este nombre en su honor. Adoraban a la Pachamama, Tierra Madre, y todavía hoy se la sigue venerando en las fiestas de la región. Se ven por toda esta zona, en pueblos y caminos, las apachetas, que son montículos de piedras donde cada cual que pasa pone la suya; ésta es una manera de pedirle permiso a la Pachamama para pisar un lugar y también para que te proteja en tu viaje. Cuanto más grande es el montículo es que más gente ha pasado por ahí.

Cuando termina la visita guiada nos despedimos de los suizos ( que por cierto han pagado también al guía) y subimos al cerro donde también hay restos de casas y unas vistas impresionantes de las ruinas y de todo el valle. Empiezan a caer unas gotitas, así que bajamos, comemos bajo un árbol y volvemos caminando hacia la ruta, haciendo dedo. A los 2 km nos paran: nos llevan hasta el pueblo, así que nos ahorramos la plata y la espera del bus. Son 3 hombres muy amables, argentino-gallegos; uno de ellos trabaja en la embajada española de Argentina y nos da su tarjeta por si acaso.

Como llegamos pronto al pueblo, decidimos hacer otra excursión hacia los Zazos, otro pueblo que queda cerca. 8 km entre casitas de adobe, madera y piedra, gentes tranquilas con sus singulares expresiones (vamos saludando, preguntando, conversando con quien nos cruzamos), caballos, perros sueltos ( están por todo el país y muchas veces nos acompañan en trocitos del camino)... Un lindo paseo del cual nos salvamos de andar a la vuelta, ya que nos vuelven a llevar (¡estamos de suerte!).

A la mañana siguiente nos vamos a Tafí del Valle, otro pueblo calchaquí. El camino es impactante: el bus empieza a subir entre cerros y montañas, cada curva ofrece una nueva imagen de la magnitud de estos paisajes. Nos agarra un poquito de puna, así llaman al mal de altura, ya que al pasar por los cerros de El Infiernillo llegamos a los 3000 m de altura. Una vez en el pueblo, nos instalamos en el cámping, bajo los sauces. Por la tarde paseamos un poco; este pueblo es más turístico, parece ser un lugar muy concurrido por los propios argentinos, que vienen a pasar aquí sus vacaciones.

El miércoles visitamos un lugar muy original: la Casa del Duende, un museo de mitos y leyendas. El duende es un hombre de unos 40 años que nos explica al detalle cuáles y cómo son los personajes mitológicos más importantes de la cultura calchaquí, siendo el más importante la Pachamama. El museo es el salón de su propia casa, lleno de esculturas y pinturas realizadas por su mujer, que simbolizan a todos los personajes de los que nos va hablando. Un encuentro realmente interesante...

martes, 18 de noviembre de 2008

14 NOV: RUMBO AL NORTE- SALTA











Desde Posadas, capital de Misiones, tomamos un bus hacia Salta. 18 h de carretera y aire acondicionado a lo bestia. Atravesamos la provincia de El Chaco, llamado "El impenetrable"; parajes llanos y verdes, pueblitos perdidos entre la niebla, gentes de piel morena y pelo negro (descendientes de los Toba, indígenas de la zona)...



Llegamos a la cuidad de Salta a las 7 de la mañana. Encontramos cámping municipal a las afueras y montamos la carpa. Compramos verduras y frutas en el mercado central para las próximas 3 o 4 comidas. Los mercados en este país son fascinantes: suelen ser cerrados, varios pisos de pasadizos llenos de tiendecitas y puestecillos de todo lo que se pueda imaginar. Nos encanta perdernos en ellos, tan llenos de gente, de colores, de alimentos, ropas, aparatos, voces que anuncian las ofertas del día, música del folklore argentino que suena en los viejos radiocasettes de los estantes...



Para no perder la costumbre, por la tarde de pone a llover. Visitamos el centro a pesar de todo: muchas iglesias y edificios coloniales. A esta ciudad la llaman "la Linda", aunque, sinceramente, no nos lo ha parecido tanto. El centro es lindo, pero las afueras...pasa en todas partes, imagínense en América Latina.



A la mañana siguiente nos movemos dirección sur, a un lugar llamado Dique Cabra Corral. También hay cámping, 3 pesos la noche. Como es domingo y está soleado, los lugareños están reunidos en familia y cocinando asado; se respira el olor a carne a la brasa, habrá como 30 familias con sus asaditos y su cumbia sonando en el auto.



Hacemos caminatas al borde del dique, las montañas a lo lejos, atardeceres entre el pasto y los caballos... El lugar es como una granja con los animales sueltos: chanchos, perros, gatos, cabras, vacas, toros, caballos, hasta un loro nos saluda cada mañana. Convivimos con ellos y ellos con nosotros. Nos aceptan y les aceptamos.



El martes nos movemos hacia Cafallate, un poco más al sur siguiendo la ruta 68. Es un pueblito encantador, muy pequeño y muy enfocado al turismo. Nos alojamos en una casa particular muy hippie; los dueños son una pareja más o menos de nuestra edad. Acampamos en el jardín, bajo las viñas, y nos cobran 20 pesos al día. Hay un quincho muy acogedor, ponen muy buena música y se respira bienestar en cada rincón. Por las noche, mientras cenamos, los sapos revolotean a nuestros pies. Es impresionante ver cómo uno de ellos se zampa en un instante a un escarabajo del tamaño de su cabeza: abre la boca, lo engulle, se convulsiona durante 2 o 3 segundos, y se queda largo rato quietito, como haciendo la digestión.




Hay varias excursiones por los alrededores de Cafayate y pasamos dás muy intensos, a pleno. El miércoles salimos caminando hacia el cerro de Santa Teresita, un mirador que queda a 2 km del pueblo. Allá arriba tomamos unos mates admirando la inmensidad de las montañas. Después tomamos el sendero hacia la cascada del río Colorado; 4km de camino de tierra y después a seguir el curso del río que cae de entre las montañas. Hasta el momento un imponente sol nos abrasa los hombros, pero al empezar a subir el río, entre rocas y montaña, llegan nubes muy muy grises. Nos cruzamos a un grupo de gente que baja con un guía nativo de la zona y el hombre nos advierte que va a haber tormenta y va a ser grossa, sobre todo por la subida del río. Los guías a veces son un poquito mezquinos, y más con gente que va sola, ya que ellos cobran 20 mangos por persona si te llevan, y nos han advertido que no les hagamos demasiado caso. Así que seguimos, pero empieza a tronar, y nos cruzamos a otro guía que nos vuelve a advertir de lo mismo. Y empieza la lluvia. Y los truenos. Cómo suenan los truenos entre estas montañas. Empezamos a bajar, la lluvia nos empapa hasta los huesos. Y suenan los truenos, y el río cada vez baja más bravo. Llegamos al camino de tierra y vamos corriendo para ganar un poquito de calor corporal; tras haber corrido más o menos 1km, pasa un pick-up 4x4, le pedimos que nos lleve y nos deja subir atrás; el camino seco que recorrimos hace un par de horas se ha convertido en un auténtico barrizal por donde cae el agua como en un arroyo; hubiera sido duro hacerlo andando. Llegamos por fin al pueblo: ducha caliente y ropa seca, qué importante es la ropa seca...




El jueves a las 7 de la mañana estamos en pie; alquilamos dos bicis y las cargamos en bus hasta la Quebrada de las Conchas; este lugar es un conjunto de montañas con formas muy particulares; se han ido modelando por la acción del viento y el agua a lo largo de millones de años. Nos bajamos en la Garganta del Diablo, que está a 47 km del pueblo; desde ahí vamos en bici por la ruta, entre cuestas y bajadas, parando en las diferentes geoformas indicadas por cartelitos: el anfiteatro, el sapo, el fraile, el obelisco, las ventanas, los castillos... Impresionante el paseo, el paisaje, el sol y el dolor de culo. Calculamos mal el agua y a 20 km del pueblo nos quedamos sin una gota (¡gran putada!); pasamos por delante de unas furgonetas de excursionistas, los turistas están lejos, caminando por la quebrada, dejaron las ventanillas bajadas y hay tres botellas de agua en el salpicadero. Como quien pasa desapercibido, les pegamos un largo trago como desesperados y huímos de la zona del delito. No sé qué hubiera pasado sin ese trago porque los últimos km se nos hacen bien largos, menos mal que las nubes taparon el Sol. Al llegar al pueblo bebemos, bebemos y rebebemos más. Qué importante es el agua...




Al día siguiente decidimos tomarnos un día de decanso y lo pasamos en el quincho de la casa, charlando con los demás viajeros, cocinando a la leña, disfrutando del queso y el vino de la región, replaneando el viaje (como tantas y tantas veces hemos hecho ya). Daniela y Juan , los dueños de la casa son artesanos; hacen collares y cosas así con cuerdas, piedras y semillas que van trayendo de los diferentes países por donde van a vender (Bolivia, Perú, Brasil...). Nos hacen un collarcito al gusto. Por la noche cenamos todos en el quincho, tarta de verduritas y buen vino.




Al día siguiente la intención es irnos hacia Cachi, dirección norte por la ruta 40 (la famosa ruta 40 que cruza toda Latinoamérica); pero al ser sábado no hay colectivos, así que nos quedamos un día más, sin prisas, sin lamentarnos; el lugar y la hospitalidad es bárbara. Nos invitan a comer pizza y pan cocinado al horno de barro.




(...)

sábado, 15 de noviembre de 2008

9 NOV: REGRESO A ARGENTINA











El domingo tomamos el bus de regreso a Argentina. Tal día como éste, hace un mes que pisamos este continente. Al llegar a Iguazú, entrada a Argentina, nos separamos de Berta y Jordi. Ellos siguen para Salta y nosotros decidimos parar en Aristóbulo del Valle, un pueblecito que queda más o menos en medio de la provincia de Misiones. Allí hay un cámping municipal en medio de un parque natural llamado Cuñá Pirú. Allá nos dirigimos y, como no es temporada alta, no hay nadie, así que acampamos gratis. Estrenamos por fin la carpa, ya teníamos ganas.

Nos instalamos bajo un árbol junto al río. Hay wc, pero no hay duchas, así que tenemos que lavarnos en el río, en compañía de cientos de mariposas y demás bichitos saltarines y voladores, que hacen que bailemos el baile de San Vito mientras nos bañamos.

Los sonidos de la noche: un sinfín de zumbidos, cantos, silbidos, chasquidos, aleteos, crujidos...estamos en un trocito de terreno podado en medio de la selva. Quién sabe qué es lo que ocurre al otro lado de los frondosos árboles; hay mucha vida ahí detrás y suena muy misteriosa desde este lado.

Pasamos tres días y tres noches en el cámping: cocinando a la leña (disfrutando en cada bocado todo el ritual que ha supuesto preparar la comida: recoger leña, hacer el fuego, cortar las verduritas, reogarlas en un buen caldo, mmm!! qué bien sienta este sabor a campo...!); tocando y cantando nuevas y viejas melodías; observando los pájaros, las mariposas y todo ser alado que por delante nuestro se asoma; bañándonos en el río; compartiendo la comida con algún niño indígena que se acerca a nuestro campamento; adaptándonos a lo que el cielo nos va deparando (los días están llenos de contrastes meteorológicos, sol abrasador, viento, lluvia, humedad calma, nubes que todo lo oscurecen); disfrutando de la luna llena que ilumina estas mágicas noches en plena naturaleza, aquí donde está tan lejos de la prisa y los horarios y tan cerca de la paz y el sosiego interior; recordando a momentitos a los seres queridos, a vosotros, que nos acompañáis desde la lejanía, que venís a visitarnos en forma de grato recuerdo.

31 OCT: CRUZAMOS LA FRONTERA- FLORIANÓPOLIS, BRASIL







Dejamos atrás la tierra roja de Misiones, pasamos la frontera y entramos en Foç de Iguazú (Brasil). Nos sellan el pasaporte por 40 días. Compramos un billete de ómnibus por 116 reales hacia Florianópolis, una isla situada en el atlántico, a sur del país. Está unida al continente por una carretera. Playas blancas, marisco barato, tranquilidad y buen ambiente joven.

Viajamos con Jordi y Berta , de Barcelona, y también con Ana y Laia, de Girona; seis caracolitos que se encuentran y unene sus rumbos, sus energías y su afán de compartir; una ruta en común, un punto de unión que por las fuerzas de la causalidad viaja derechito hacia el lugar donde la pura vida nos espera...

Después de 15 h de viaje, llegamos a Florianópolis, a las 11 de la mañana. Alquilamos un apartamento en Barra da Lagoa, un pueblito de pescadores situado al este de la isla con una playa de arena blanca que forma una bahía de 16 km. Pagamos 20 reales por persona y día, unos 7 eu. Se une al grupo Litus, un amigo de Jordi y Berta que está haciendo un trabajo de postgrado en la universidad.

La comida es baratísima y buena: un buffet por 2 eu, fruta y verdura, pescado fresco...todo tirado de precio.

Parece que la lluvia nos persigue: al día siguiente amanecen las calles mojándose. Por la tarde salimos con el chubasquero puesto y caminamos por la orilla del mar hasta llegar a la playa Moçambique; bello paseo, a pesar de la lluvia. Este es un pueblo tranquilo, además ahora no hay turistas. Hay mucha gente que hace surf y todo el mundo va con su tabla de aquí para allá.

El lunes amanece asomándose el sol entre las nubes. Cogemos un bus y visitamos Praia da Joaquina: enormes dunas conforman el paisaje y las atravesamos para llegar hasta el mar, cómo no, parando para hacer fotos del impresionante paisaje que nos envuelve. Hay gente haciendo surf en las dunas, parece ser un atractivo turístico importante; suerte que ahora no hay casi nadie y podemos disfrutar prácticamente a solas de esta maravilla natural. Comemos en un restaurante junto a la playa y después disfrutamos en la arena de un ratito de sol que nos regala por fin el cielo. Más tarde, caminamos 7 km por la orilla del mar hasta llegar a Praia do Campeche. El atlántico está bravo; encontramos varios pingüinos muertos sobre la arena. Un hombre del pueblo nod explica que llegan desde la Patagonia y, cansados de tan largos viaje, optan por llegar a tierra y dejar que su vida termine, así nomás, llegó su momento y lo aceptan, sabiduría animal.

A la mañana siguiente nos transladamos a Pantano do Sul, a una posada recomendada por varias personas, Albergue do Pirata. Nos instalamos y nos vamos caminando hacia la playa, a aprovechar un día despejado por fin. Antes de tirarnos en la arena comemos en un restaurante junto al mar: camarones cocinados de diferentes maneras, pescado en salsa, ostras, papas, ensalada, arroz, y más y más comida por 5 eu por cabeza. A rebentar. Después largo paseo para ayudar al cuerpo a digerir, bañito en el mar, que hoy está tranquilo aunque algo frío, y vuelta al albergue.

El miércoles despierta bien soleadito. cargamos víveres e las mochilas y partimos hacia Praia da Solidao, una playa pequeñita con algunas pocas casitas que miran al océano. Hay un caminito hacia la montaña donde una cascada forma una pileta natural; llegamos hasta allí y tomamos el baño en el agua heladísima que brota de la montaña. Buenísimo. Después de comer seguimos un senderito hacia Saquinho, una playa vírgen donde no hay edificios y sólo se puede acceder andando. Las vistas son impresionantes y la tranquilidad que ofrece este lugar nos hace sentir llenos de vida. Al admirar la inmensidad del mar no se me ocurre más que agradecerle a la vida este regalo: poder disfrutar de este gran viaje y sentir bien adentro el amor por los seres queridos, que al otro lado del océano, van dando sus pasitos día a día.

El jueves amanece con tormenta, así que pasamos la mañana en el albergue tomando mates e intercambiando fotos. Después de comr deja de llover y aprovechamos para salir a comprar un poco de pescado en los puestos de la playa. Pronto nos pilla la tormenta y regresamos.

Viernes: visitamos dos pueblos de pescadores al noroeste de la isla, Santo Antonio de Lisboa y Sambaqui. Otra vez nos pilla la ytormenta por la tarde así que regresamos al centro para hacer compras de víveres en el mercado central, donde la comida es baratísima: cenamos gambas al ajillo y sopa de verduras. Rober, cocinero oficial del viaje.

El sábado hacemos la trilha hacia Logoinha do Leste, una laguna formada al ladito del mar. El camino hacia allá es espectacular, y los mosquitos también. Atravesamos la montaña y la espesa vegetación tropical y llegamos por fin a la playa, lugar vírgen y salvaje; algunos surfers acampan entre los árboles y pasan días allí aprovechando al máximo las olas inmensas que este océano les ofrece. Regresamos al albergue; la gente que lo lleva tiene muy buena onda, esta noche preparan asado. Cenamos con ellos en el porche, como si fuéramos una familia. Me llama la atención un niño que está también en la mesa, Ariel; pienso que será el hijo de alguna mujer que está con nosotros. Después de la cena, Jesica, una de las chicas que trabaja en el albergue, me cuenta que la madre del chico es una cocainómana, que tiene otra hija y que no se preocupa para nada de ellos, les deja tirados en la calle, toma delante de ellos, no les compra ropa... Desde el principio Ariel me llamó la atención: un nano superdespierto, inteligente, hace surf y anda por las calles con su tabla y su bici. Hace unos tres mese que le regalaron una tabla los del albergue y desde entonces se dedica al surf más que a callejear; pasa los fines de semana en el albergue y esta gente lo educa y lo acoge con gran humildad. Así es la realidad en el norte de Argentina, según me cuenta Jesica. Ella ha estado currando con niños de la calle y me cuenta historias muy duras; "acá tienen la otra cara de sus vacaciones...", me comenta resignada.