sábado, 15 de noviembre de 2008

31 OCT: CRUZAMOS LA FRONTERA- FLORIANÓPOLIS, BRASIL







Dejamos atrás la tierra roja de Misiones, pasamos la frontera y entramos en Foç de Iguazú (Brasil). Nos sellan el pasaporte por 40 días. Compramos un billete de ómnibus por 116 reales hacia Florianópolis, una isla situada en el atlántico, a sur del país. Está unida al continente por una carretera. Playas blancas, marisco barato, tranquilidad y buen ambiente joven.

Viajamos con Jordi y Berta , de Barcelona, y también con Ana y Laia, de Girona; seis caracolitos que se encuentran y unene sus rumbos, sus energías y su afán de compartir; una ruta en común, un punto de unión que por las fuerzas de la causalidad viaja derechito hacia el lugar donde la pura vida nos espera...

Después de 15 h de viaje, llegamos a Florianópolis, a las 11 de la mañana. Alquilamos un apartamento en Barra da Lagoa, un pueblito de pescadores situado al este de la isla con una playa de arena blanca que forma una bahía de 16 km. Pagamos 20 reales por persona y día, unos 7 eu. Se une al grupo Litus, un amigo de Jordi y Berta que está haciendo un trabajo de postgrado en la universidad.

La comida es baratísima y buena: un buffet por 2 eu, fruta y verdura, pescado fresco...todo tirado de precio.

Parece que la lluvia nos persigue: al día siguiente amanecen las calles mojándose. Por la tarde salimos con el chubasquero puesto y caminamos por la orilla del mar hasta llegar a la playa Moçambique; bello paseo, a pesar de la lluvia. Este es un pueblo tranquilo, además ahora no hay turistas. Hay mucha gente que hace surf y todo el mundo va con su tabla de aquí para allá.

El lunes amanece asomándose el sol entre las nubes. Cogemos un bus y visitamos Praia da Joaquina: enormes dunas conforman el paisaje y las atravesamos para llegar hasta el mar, cómo no, parando para hacer fotos del impresionante paisaje que nos envuelve. Hay gente haciendo surf en las dunas, parece ser un atractivo turístico importante; suerte que ahora no hay casi nadie y podemos disfrutar prácticamente a solas de esta maravilla natural. Comemos en un restaurante junto a la playa y después disfrutamos en la arena de un ratito de sol que nos regala por fin el cielo. Más tarde, caminamos 7 km por la orilla del mar hasta llegar a Praia do Campeche. El atlántico está bravo; encontramos varios pingüinos muertos sobre la arena. Un hombre del pueblo nod explica que llegan desde la Patagonia y, cansados de tan largos viaje, optan por llegar a tierra y dejar que su vida termine, así nomás, llegó su momento y lo aceptan, sabiduría animal.

A la mañana siguiente nos transladamos a Pantano do Sul, a una posada recomendada por varias personas, Albergue do Pirata. Nos instalamos y nos vamos caminando hacia la playa, a aprovechar un día despejado por fin. Antes de tirarnos en la arena comemos en un restaurante junto al mar: camarones cocinados de diferentes maneras, pescado en salsa, ostras, papas, ensalada, arroz, y más y más comida por 5 eu por cabeza. A rebentar. Después largo paseo para ayudar al cuerpo a digerir, bañito en el mar, que hoy está tranquilo aunque algo frío, y vuelta al albergue.

El miércoles despierta bien soleadito. cargamos víveres e las mochilas y partimos hacia Praia da Solidao, una playa pequeñita con algunas pocas casitas que miran al océano. Hay un caminito hacia la montaña donde una cascada forma una pileta natural; llegamos hasta allí y tomamos el baño en el agua heladísima que brota de la montaña. Buenísimo. Después de comer seguimos un senderito hacia Saquinho, una playa vírgen donde no hay edificios y sólo se puede acceder andando. Las vistas son impresionantes y la tranquilidad que ofrece este lugar nos hace sentir llenos de vida. Al admirar la inmensidad del mar no se me ocurre más que agradecerle a la vida este regalo: poder disfrutar de este gran viaje y sentir bien adentro el amor por los seres queridos, que al otro lado del océano, van dando sus pasitos día a día.

El jueves amanece con tormenta, así que pasamos la mañana en el albergue tomando mates e intercambiando fotos. Después de comr deja de llover y aprovechamos para salir a comprar un poco de pescado en los puestos de la playa. Pronto nos pilla la tormenta y regresamos.

Viernes: visitamos dos pueblos de pescadores al noroeste de la isla, Santo Antonio de Lisboa y Sambaqui. Otra vez nos pilla la ytormenta por la tarde así que regresamos al centro para hacer compras de víveres en el mercado central, donde la comida es baratísima: cenamos gambas al ajillo y sopa de verduras. Rober, cocinero oficial del viaje.

El sábado hacemos la trilha hacia Logoinha do Leste, una laguna formada al ladito del mar. El camino hacia allá es espectacular, y los mosquitos también. Atravesamos la montaña y la espesa vegetación tropical y llegamos por fin a la playa, lugar vírgen y salvaje; algunos surfers acampan entre los árboles y pasan días allí aprovechando al máximo las olas inmensas que este océano les ofrece. Regresamos al albergue; la gente que lo lleva tiene muy buena onda, esta noche preparan asado. Cenamos con ellos en el porche, como si fuéramos una familia. Me llama la atención un niño que está también en la mesa, Ariel; pienso que será el hijo de alguna mujer que está con nosotros. Después de la cena, Jesica, una de las chicas que trabaja en el albergue, me cuenta que la madre del chico es una cocainómana, que tiene otra hija y que no se preocupa para nada de ellos, les deja tirados en la calle, toma delante de ellos, no les compra ropa... Desde el principio Ariel me llamó la atención: un nano superdespierto, inteligente, hace surf y anda por las calles con su tabla y su bici. Hace unos tres mese que le regalaron una tabla los del albergue y desde entonces se dedica al surf más que a callejear; pasa los fines de semana en el albergue y esta gente lo educa y lo acoge con gran humildad. Así es la realidad en el norte de Argentina, según me cuenta Jesica. Ella ha estado currando con niños de la calle y me cuenta historias muy duras; "acá tienen la otra cara de sus vacaciones...", me comenta resignada.

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