martes, 31 de marzo de 2009

22 FEB: CRUZAMOS EL RÍO DE LA PLATA: URUGUAY












El domingo por la tarde tomamos el buquebus, barco que atraviesa el Río de La Plata desde Buenos Aires a Colonia; en una horita estamos en Uruguay.

Llegamos sin problemas a esta tranquila ciudad de calles adoquinadas y muros de piedra, que como su nombre indica, conserva en su barrio histórico construcciones antiguas de la época colonial.

Nos instalamos en el hostel "el español", lindo y barato, y ya desde el principio sentimos la tremenda amabilidad de los uruguayos. La ciudad es chiquita, situada a orillas del enorme río; recorremos las principales calles, subimos a lo alto del faro, bordeamos la costanera...

El martes por la mañana tomamos un bus hacia la costa atlántica, la zona este del país, y vamos a parar a Punta del Diablo, un pueblito de pescadores situado entre las dunas a orillas del mar. El cámping en el que acampamos está llenísimo de gente, pero está muy bueno porque tiene una pileta enorme y dispone de servicio de bus a la playa, que queda un poco lejos (el bus tendrá 50 años, no sé cómo hacen para que anden esos cacharros...). A pesar del kilombo turístico, la playa es espectacular. Caminamos un rato entre las dunas hacia el norte y encontramos otra playa menos saturada; ahí montamos nuestro quincho con dos palos y un pareo y pasamos el día a orillas del atlántico.

El jueves continuamos por la ruta dirección sur y nos bajamos en Valizas, pasando con el ómnibus por pueblitos encantadores como Castillos o Aguas Dulces: calles de arena, casitas de colores con tejado de dos aguas y con sus jardincitos, la gente sentada en la calle con sus sillas de playa tomando mate a todas horas...

Es curioso el fenómeno del mate: hay como una especie de "pique" entre uruguayos y argentinos porque toman el mate de diferente manera. Todo cambia de un país a otro: la hierba, el mate, la bombilla, la preparación, todo es diferente. Aprendemos a tomarlo también "a la uruguaya", a base de consejos y sugerencias que nos lanzan todos los que nos ven y gratamente se sorprenden de ver a dos españoles tomando mate.

En Valizas nos instalamos en casa de una señora que ofrece su jardín para acampar, así que nos sale barato y nos encanta poruqe hay un ambiente más familiar, unas 10 carpas, mucho más tranquilo. El pueblo es muy acogedor, las casas parecen construídas por los propios dueños, las calles sin asfaltar, la gente andando descalza, barecitos que ofrecen pescado y empanadas, la placita central con sus banquitos pintados de colores, artesanos en cada esquina... re-buena onda, como dicen por acá.

Por la tarde hacemos una caminata desde la playa de Valizas hasta Cabo Polonio,unos 6 km atravesando las dunas y bordeando la costa. Qué belleza, la costa en su más puro estado salvaje. Integrarse en este tipo de paisajes es terapia, te llena de pureza, te alimenta el alma. Al llegar a Cabo Polonio se pone a llover, pero hace calor, así que no nos importa nada. El Cabo es un pueblo pequeño situado entre dunas; según nos cuentan, hace años era una comuna de unas 10 familias, pero poco a poco se fue convirtiendo en un lugar de atractivo turístico y, aunque sigue siendo pequeño, el pueblo ha crecido un montón. Es un lugar bastante "irreal" en este sentido, todo está montadito para el que viene de fuera, no se respira ambiente de vida de pueblo sino de vida turística. De todos modos nos encanta. Regresamos caminando bajo la lluvia y llegamos casi de noche, un paseo inolvidable.
El viernes levantamos campamento y nos movemos unos km más hacia el sur por la llamada ruta del sol para parar en La Paloma. Ahí hemos quedado con Luciana y Agustín, que se vienen a pasar el fin de semana. Nos instalamos en el cámping de la playa de La Aguada, entre enormes pinos y eucaliptos, aromaterapia natural. La Paloma es mucho más grande que los pueblos que venimos viendo; geográficamente está situada en una punta, así que tiene un montón de playitas, todas juntas, por unas amanece y por otras cae el ocaso. Están todas llenas de casitas, cada una con su particular diseño. El sábado por la mañana recorremos a pie las orillas de La Aguada y Antoniópolis y por la tarde admiramos la puesta de sol desde la playa de La Balconada, espectáculo en el cual no faltan los aplausos del público asistente al final de la función. Compramos pescado para asar con verduritas y por la noche nos ponemos las botas cenando. El domingo pasamos el día en otra playa, La Pedrera. Por la noche se nos viene encima un tormentón y decidimos meternos en una cabaña que nos dejan a buen precio. ¡De la que nos libramos! Viento, relámpagos, piedra, lluvia fuerte...se nos hubiera inundado todo.

El lunes partimos; Agustín y Luciana nos llevan en su coche hasta Piriápolis, pero de camino hacemos unas paraditas: Punta del Este, la playa más "top" del Uruguay, todo mansiones, edificios de lujo, shoppings, inmobiliarias...; y después paramos en Punta Ballena para visitar la Casa pueblo, casa museo del artista Carlos Páez Vilaró, un hombre con una vida intensa y una obra bellísima. Su hijo fue unos de los supervivientes del accidente de avión que hubo en la Patagonia chilena, del que luego se hizo la película Viven. Una visita muy recomendable.

Nos despedimos de los chicos, que amablemente nos dejan en un camping de Piriápolis, con la certeza de que tarde o temprano nos volveremos a encontrar, con la esperanza de que vengan a visitarnos a España, con el sentimiento de gratitud hacia la amistad que hemos forjado en este viaje.

En Piriápolis pasamos un par de días tranquilos y el miércoles partimos hacia nuestro último destino, Montevideo, desde donde tomaremos el aéreo de vuelta a casa. La capital del Uruguay es pequeñita, acorde con el país, y bastante tranquila para ser una cuidad.

Nos cuesta creer que regresamos a casa; ya fue, pasaron 5 meses, nos toca volver al hogar estático, a re-encontrarnos con nuestra gente, a re-hacer nuestras vidas... Al fin y al cabo, ya es hora, ya tenemos ganas...

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